Nuestros corazones sirven para mucho más que para lo que de serie vienen habilitados. 

En 1939, a las venas y las arterias de España les recorría una suerte de mísero cementerio. Vías de conexión cargadas de tristeza e irónica imposibilidad de enlace. Tan solo en 2007 empezarían los trabajos de reparación de los corazones de aquellos quiénes pacientemente habían permanecido a la espera de respuestas. Finalmente, al abrir las cunetas se empezó a liberar la necesaria dignidad que reclamaban los hijos y los nietos de medio país. 

Sin embargo, esta emocionante, incisiva y reflexiva exposición de Carlos Montes y Rosario Campos, no solamente nos remite a aquella dolorosa y conturbada época, no nos transporta única y exclusivamente a través de las venas y las arterias del país en desolada contemplación. No se detiene en los aspectos tétricos ni se conforma con los mundanos juicios políticos, aún si inevitablemente, habrá quiénes solo así podrán leerla... 

Polarizada: este es el manido término para decir de nuestra actual sociedad. Y se afirma que lo está más que nunca. Pero lo cierto es que, si aún en permanente conflicto, un día dicha polarización terminó explotando de verdad. Se trataron de explosiones físicas, reales. Explosiones con consecuencias devastadoras. Sin pie a ninguna clase de metáfora o cualquier pensamiento. Sin lugar para términos más que los propios ideológicos. 

Crucemos los dedos para que tal no vuelva a suceder jamás. Esperemos ser los dignos hijos de nuestro tiempo, ahora más iluminados con toda la información en nuestros teléfonos. Esperemos no olvidar nunca el valioso peso de aquella historia que, aunque no la hayamos vivido, muy inteligente no sería tropezarnos dos veces en la misma piedra. Esperemos que nada tan atroz se repita. 

Sin duda, aquél se trató de uno de los más oscuros episodios de la historia reciente del país. En pleno modernismo, al vecindario arribó el terror y al Hombre se le olvidó ser Hombre y a la Mujer se le olvidó ser Mujer. Conflicto que desvirtuaría la escucha atenta, el diálogo… y todo aquello que a los humanos nos distingue de los demás animales. 

Ideología la tenemos todos. De ella no podemos escapar. Aunque a través suyo tratemos de ser lo más pacíficos y conciliadores que podamos, siempre se nos verá, a todos y cada uno, más hacia un lado que al otro. Todos tratando de conservar ciertas cosas a la par que hacemos evolucionar otras... Y pocos tan radicales como desearía el partido. 

El telón de fondo de esta exposición es esta realidad histórica para que no la olvidemos nunca, pero aquí no se tratan pertenencias o partidos. No se distinguen unos y otros porque el tejido de un país siempre estará compuesto por toda clase de colores. Aquí se trata del corazón humano y toda su inmensa capacidad. 

Si hay intención, necesidad, querencia por ponerse en la piel del otro, no hay más que atender su sufrimiento. Escuchar su dolor. Y no hacen falta complicadas recetas para que la empatía se ejerza, ya que todos y cada uno de nosotros sufre. Todos sabemos muy bien de qué se trata. Este es el lugar que todos compartimos. En dónde podemos recordar la ausencia de los nuestros. El hueco que al irse nos dejaron en el corazón. 

Y en estas pinturas de Carlos y estos poemas de Rosario, los huecos de nuestros corazones se llenan de verdad. La verdad de estas ausencias que duelen más que ninguna otra cosa. De esta soledad en la cual nos quedamos, varados. 

Aún si naturalmente es metafísico el tono que adquieren estas pinturas y estos poemas, como aquellas balas reales que dieron lugar a lo que aquí se cuenta, es su efectiva materialización, su fisicidad, la que facilita una inusitada conexión con el espectador. No resulta difícil imaginar lo que a ojo desnudo no se puede ver, ya sea bajo tierra o convertido en ambiguas formaciones rocosas, tal es el inmediato vínculo establecido. Ya sea en el reflejo de una belleza asaz cautivadora, como en la propia memoria personal que al espectador se le sugiere evocar. 

Como dialogan entre sí poemas y pinturas, así dialogan ambos con el corazón de todos y cada uno de sus espectadores. Un lazo no siempre fácil de atar, que solo con cuidado, amor y una serena sensibilidad se puede lograr. Es cierto que el corazón vuelve a latir con precisión cuando todo se coloca en su sitio. 

Carlos Carrilho