Su cuerpo de mano en mano
Acuarela y tinta china sobre papel
29,30 x 42 cm
Precio: 300 €
Contactar con lacasual.carlosmontes@gmail.com
Acuarela y tinta china sobre papel
29,30 x 42 cm
Precio: 300 €
Contactar con lacasual.carlosmontes@gmail.com
Voz y texto: Rosario Campos
Música: Paula García Tejero
La veo pasar cada día. Medias negras, falda negra, camisa negra, alma negra, pena negra. La veo pasar, la cabeza alta, no hay vergüenza ni deshonor en ella. Solo orgullo, orgullo de madre.
Se ha hecho costumbre que vaya al cuartelillo. Al principio la echaban a patadas, luego les dio pena. Ahora la toman por loca. Pregunta por su hijo. Quiere su cuerpo para poder llorarle, para ponerle flores, encenderle una vela, para rezarle un padrenuestro.
¿Dónde está? ¿Dónde lo metieron?
Todos lo saben, pero nadie abre la boca, ni se compadece ni le da señas. Solo aprietan los dientes, miran al suelo y callan.
Le contaron que hay quien dice que lo vieron camino a la alameda con una flor en la oreja, ropa limpia, oliendo a gloria, una sonrisa en su boca y los ojos llenos de chispas. Iba tatareando una coplilla. Más que andar saltaba, flotaba… Pareciera un junco, una mariposilla, una flor, un cascabel, un duende.
Nadie vio que detrás de él iban cuatro mozos hartos de vino y hombría. Cuatro mozos como cuatro torres. Grandes, recios, rudos. Cuatro mozos, cuatro hombres. Hombres muy hombres.
Y nadie sabe que más trasero iba yo, buscándolo a él, buscando la dulzura de sus labios, el tacto de sus brazos, el olor de su cuerpo. Buscando esconderme del mundo para poder amarlo…
Y que lo vi todo.
Su cuerpo de mano en mano.
Su cuerpo de pie en pie.
Su cuerpo usado.
Su cuerpo herido.
Su cuerpo divino manchado.
Su cuerpo como un guiñapo.
Su cuerpo, su cuerpo amado, roto, muerto, desangrado…
Se les fue la mano.
Y yo lo vi, lo vi todo y como una culebra me pegué a la tierra y deshice el camino entre arcadas, lágrimas y miedo. Y lo dejé allí, entre bárbaros. Y no dije ni hice nada, ¿qué iba a decir?, ¿qué iba a hacer? Callarme y volverme invisible.
La veo pasar, de luto, la falda negra, la camisa negra, el alma negra, la pena negra.
Y no me atrevo a decirle que era a mí a quien buscaba su hijo, que era por mí por quien se había adornao la oreja, por quien se había vestío de limpio. Que era a mí a quien buscaba esa noche, a quien quería.
Y no me atrevo a decirle que sufro lo mismo que ella, que mi corazón está parado, que mi alma se quedó al borde de la alameda, que no puedo mirarme al espejo, que la vergüenza me llena, que envidio su orgullo, que el amor no fue suficiente, que el miedo me ganó el pulso.
Yo también me callo, sigo callado desde entonces y así seguiré para que nadie sepa, para que nadie se dé cuenta. Me callo, pero en sueños le veo, le beso, le muerdo, le acaricio, le grito que le quiero y desde sus cuencas vacías me devuelve la mirada y me susurra que está muerto.