Ya se han callao los grillos,
viene amaneciendo y empezarán las chicharras.
Pero ni tú ni yo las oiremos,
ni volveremos a ver la retama, ni la jara, ni el romero,
ni oleremos la tierra mojada, ni el polvo seco.

Mi mula, mi Tordilla, mi compañera de fatigas.
Cuántos caminos hemos hecho, cuánto calor hemos pasao,
cuánto frío en nuestros huesos, ¡cuánto esfuerzo!
P´a que mi niño se haga médico,
p´a que mi niña tenga un buen casamiento…
Mi niña, mi Carmencilla, ¡cuánto te quiero!
Y p´a que mi mujer pueda seguir dando, a su madre, a su cuñao, a los vecinos,
a su hermano escondío de miedo…

Por eso caminamos, Tordilla, por eso hemos andao tanto.
Pero ya se nos ha acabao la suerte, se nos ha acabao de golpe.
Han pensao que era otro y tiraron antes de preguntar
y después de preguntar se fueron, siguieron su camino,
azuzados por el odio, el resentimiento, el desatino…
Lo decían sus caras, sus ojos, sus manos. Daba miedo.
No iban buscando un bandolero, iban a darle caza.
Y mira por dónde, su pieza no vale un duro, su pieza no vale nada.
Menudo trofeo se llevan: un recovero y un mulo.

Ya se han callao los grillos.
Y la tierra árida se vuelve roja y se alimenta de tu sangre y de la mía.
Tierra roja de sangre roja, no podía ser de otra manera.
Tu sangre y la mía, ¿no te das cuenta?
Tan distintas y tan iguales.
Las dos harán crecer la hierba,
las dos harán que florezca tomillo, aulaga y espino.
Las dos juntas, juntas.
Aquí no hay diferencia, ¿no lo ves Tordilla?
No hay diferencia.

Cierro los ojos y, hecho brisa,
recorro por última vez el camino hasta mi casa,
donde mi mujer me espera.